martes

El Venado Divino





El uso de plantas alucinógenas ha formado parte de la experiencia humana por milenios, pero solo recientemente las sociedades occidentales han tomado conocimiento de su significado, tanto en los pueblos primitivos como en las culturas avanzadas. Entre las drogas más frecuentes que en todo el mundo se han venido consumiendo, se encuentran como es bien sabido, el opio y la marihuana de origen asiático y la cocaína del Perú.

América también contribuyó, a finales del siglo pasado, con la mezcalina, droga mágica extraída de una cactácea mexicana, el peyote o jículi (Lophophora williamsii). Se trata de una cactácea pequeña, de tallo globoso-aplanado que apenas sobresale del suelo. En época de sequía, por deshidratación, se hunde más y casi permanece enterrada. Crece en el desierto Chihuahuense hasta más allá del Río Bravo. Esta especie es sumamente variable en todas las localidades de su distribución geográfica.

Desde épocas prehispánicas, los indígenas mexicanos la consideraban una planta divina, que les permitía curar sus enfermedades, tener buenas cosechas, predecir el futuro y ser valerosos en las batallas, además de transmitirles poderes telepáticos.

Algunos curas, en la época de la conquista, se expresaban del peyote llamándolo "raíz diabólica". El padre Arlegui decía que la raíz más venerada por los indígenas huazancoros, tepehuanos, coras y nayaritas, era una llamada peyotl, que bebían para procurarse una embriaguez con resabios de locura; y que todas las imaginaciones fantásticas que les sobrevenían con la horrenda bebida, cogían por presagios de sus designios, imaginando que la raíz les había revelado sus futuros sucesos.

Durante la época colonial, los indígenas escondían canastillas con la misteriosa planta en trojes, pues su uso fue prohibido por la santa inquisición. A pesar de ello, los indígenas devotos de la planta la siguieron empleando, pero oculta en los hábitos de los santos.

La devoción al peyote decayó entre los indígenas del Altiplano desde el siglo pasado, pero se conservó activa entre las tribus del noroccidente de la Sierra Madre Occidental, entre los coras, tarahumaras y huicholes, entre otros, que la conservaron en su forma original, limpia y bella. Al igual que las mismas tribus, estos ritos pasaron inadvertidos, y no fue sino hasta fines de siglo antepasado cuando, junto con el redescubrimiento de esos grupos étnicos, se volvió a hablar del peyote. En esa región del país, esta planta recibe el nombre de "jículi" entre los tarahumaras y huicholes; "seni" entre los kiowas; "wokouwi" entre los comanches; y "botones de mezcal" entre los traficantes de la planta.

Sobre el origen del peyote, los tarahumaras cuentan la leyenda siguiente: según la tradición, cuando Tata Dios se fue al cielo al principio del mundo, dejó al jículi como un remedio para el pueblo. No es tan grande como el padre Sol, pero se sienta a su lado, es hermano de Tata Dios. El jículi cura todos los males y las desdichas del hombre. Es poderoso protector del pueblo y trae buena suerte. Atribuyen a la planta el poder de dar salud y larga vida, y de purificar el cuerpo y el alma. Canta y habla conforme crece; canta feliz cuando es recogido por ellos en los costales, durante el trayecto de regreso a sus casas, y de esta manera les habla Dios por intermedio de la planta.

Los curanderos son, de hecho, los únicos que pueden propiamente manejar el peyote, mas para ello se lavan antes las manos. El jículi no se guarda en las casas porque es extremadamente virtuoso y se ofendería al ver cualquier cosa indebida; se colocan en un jarro o chiquihüite especial, dentro de la troje, y no es sacado nunca sin ofrecerle previamente una ofrenda.

A los cuatro años se hace viejo y se enmohece, por lo que pierde sus virtudes; entonces lo llevan de vuelta al lugar de donde procede y recogen plantas frescas.



Para obtener la planta, los tarahumaras emprenden todos los años, largos y penosos viajes hasta la Sierra de Margoso, más allá de Santa Rosalía. Los peregrinos que parten en busca de la planta se purifican con copal; necesitan casi 10 días para llegar a la Sierra, y al hacerlo (dice Lumholtz) erigen una cruz, y junto a ella colocan las primeras plantas que colectan sin maltratarlas; después de varios días de recolección, cargan a la espalda los sacos. Cuando los peyoteros vuelven a sus casas, sale la gente a recibir las plantas con música y celebran una fiesta en su honor, que consiste en bailar, comer y beber, tan pronto como se ha hecho la ofrenda a los dioses.El Sábado por la noche tiene lugar una ceremonia religiosa; los indígenas, después de haber recibido su dotación de peyote, se sientan formando un círculo alrededor de una lumbrada, la que se conserva ardiendo. Un peyotero, después de haber limpiado las plantas de los pelos setosos, se las pone en la boca y se las traga una vez ablandadas, así puede tomar hasta más de diez, según el caso, desde la puesta del sol hasta el alba. Durante esta ceremonia no hay ni canto ni baile, sino un continuo toque de tambor hasta que la lumbre se consume.

En los indígenas, sentados y quietos en estado de ensueño, la intoxicación por la droga se manifesta en la visión de colores y otros efectos. Permanecen así hasta el alba del día siguiente. Cuando el efecto se disipa, se levantan y van a su trabajo sin la mas ligera depresión o efecto desagradable. La cantidad de peyotes consumidos depende de la tolerancia que se tenga para la droga, todo el efecto secundario es de somnolencia y decaimiento, que se manifiesta en los concurrentes durante la ceremonia. Los oficiantes se mantienen despiertos.

Al amanecer hay también un complicado ritual en el que se despide el espíritu del jículi, el cual vuela en forma de bola a su país en compañia del tecolote, que también va a refugiarse a esa hora.

Los huicholes de Nayarit también rinden culto al peyote en forma semejante. Ramón Mata Torres (1976) en su interesante libro Los peyoteros, cuenta la leyenda huichol sobre la creación del peyote: dice que en tiempos míticos, el Gran Chamán, el elegido, "Tatewari" o "nuestro abuelo", Dios del Fuego, condujo a los dioses ancestrales en la primera búsqueda ritual del peyote. Esto aconteció así: Tatewari apareció cuando los dioses ancestrales se hallaban en un templo huichol, sentados en círculo, quejándose de distintos males. Preguntaron entonces al Gran Chamán Fuego cuál era la causa de sus padecimientos. Éste les respondió que sufrían porque no habían ido a cazar el "venado divino", jículi o peyote a Wirikuta (localidad situada al noroeste del territorio huichol, entre San Luis Potosí y Zacatecas) y por eso habían sido privados de la "carne divina". Los dioses ancestrales en asamblea, decidieron tomar sus arcos y flechas y seguir a Tatewari para "encontrar sus vidas" en la tierra del "venado divino" o "amo de la especie de los venados" (el peyote es considerado como maíz, como planta y como animal, venado, lo que es una triple asociación: recolector, agricultor y cazador).

Los dioses ancestrales, en ayunas y en continencia sexual, después de confesarse para volverse espíritu, llegaron a Wirikuta y encontraron, bajo arbustos apenas visibles sobre el suelo, las cabezas verdes del peyote (que pasan inadvertidas para ojos inexpertos). Atribuyeron su origen a huellas de pata de venado. Lo llamaron "venado divino" o "amo de los venados". Buscaban un venado de 5 puntas (peyote con 5 costillas), lo que corresponde, según ellos, a los 4 puntos cardinales y el zenit. Hundieron en el jículi sus flechas ceremoniales con adornos, alrededor del "hermano mayor". Muchos sollozaban, todos rezaban en voz alta. Dividieron el peyote entre todos los participantes. Con el cargamento de peyote regresaron caminando a sus pueblos.



Los tarahumaras, coras, huicholes y mexicas que han comido peyote, creen que en él se encuentra su vida que trasciende las limitaciones de la condición humana, y hacen representaciones artísticas con cuentas de chaquira y estambres de su dios peyote, que para ellos, es un sol.


CONTINUARÁ...

Seguidores